Inolvidables

Fresa y Chocolate

diciembre 22, 2016

Por Paula Frederick

¿Qué es lo que nos lleva a re-visitar, una y otra vez, los clásicos del cine? Quizás un sentido de deber cinematográfico, una necesidad “justiciera” de refrescarlos con nuevos análisis; tal vez nos mueve la nostalgia, o incluso el miedo a que se diluyan en el olvido. Después de volver a Fresa y chocolate (Cuba, 1993), apuesto por todas las anteriores. A 23 años de su estreno, la película emblemática de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío reivindica su lugar entre los clásicos del cine latinoamericano; es de esas cintas que maceran y ganan sabor con los años, que la distancia otorga un valor agregado, que cada vez se hace más rica y por consiguiente, más inabarcable. Lo cierto es que Fresa y Chocolate se transformó en un estandarte del cine sobre la revolución cubana, acoplándose rápidamente al mensaje de lucha social del Nuevo Cine Latinoamericano. Y mientras Cuba vivía una de las mayores crisis económica de su historia, la cinta dejaba a su paso el aplauso de la crítica, triunfos en festivales internacionales -como los Premios Goya, el Festival de Berlín y la primera nominación del cine cubano al Oscar-  y un sinfín de análisis e interpretaciones políticas, sociales y culturales.

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Basada en el cuento de Senel Paz, “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”, Fresa y chocolate narra el encuentro de David (Vladimir Cruz) -un joven universitario idealista, ortodoxo revolucionario y lleno de prejuicios- y Diego (Jorge Perugorría) -artista homosexual, culto, disidente y discriminado por el régimen castrista- en La Habana de fines de los años 70; ambos se enfrentan con altanería y desconfianza, pero la suspicacia inicial da paso a una relación simbiótica, una vía de escape inesperada que despliega nuevas oportunidades para ambos. Mientras el film se revela, uno va advirtiendo ciertos códigos a los que el cine de Gutiérrez Alea nos tiene acostumbrados, ese de las reflexiones en off  de Memorias del subdesarrollo, el de la religión y la teatralidad de La última cena, ese cine que le canta a La Habana en toda su belleza y decadencia, con la silueta del Malecón como telón de fondo y una música constante que tranquiliza el alma y acalla los rumores, protegiendo a los vecinos de tener que escuchar lo que no deben.

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David y Diego son dos caras de la isla, de una sociedad que debe redefinir sus concepciones morales para poder subsistir en un mundo que cambia. Uno cree en lo establecido, en la lucha basada en valores absolutos; el otro, en la revolución a través de la aprehensión de valores culturales y estéticos como camino hacia la apertura. Dos aristas que se encuentran para descubrir que lo que los aísla, más que una condición geográfica, es el miedo y la ignorancia. Mientras Diego intenta seducir a David con música y retazos evocativos de literatura cubana y mundial  Lezama Lima, José Martí, Mario Vargas Llosa e incluso Oscar Wilde-, David le entrega a Diego la frescura, inocencia y amistad sin condiciones que lo empujan a emprender el escape definitivo. Y uno como espectador también se va dejando conquistar, pasando por alto el exceso de referencias y santería, la sobre actuación ocasional y las escenas demasiado edulcoradas, para dar paso a una historia más humana que divina, más simple que pretenciosa, con menos citas célebres y más abrazos.

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Decir que Fresa y chocolate es una película sobre la homosexualidad me parece simplificarla. Sin duda fue pionera en retratar la temática gay- y en abordar el discurso homofóbico como un factor de la revolución más puritana- pero no creo que ahí radique su único interés. Ni siquiera la encasillaría en una historia de amor, porque también es una historia sobre la amistad. Tampoco es solo un retrato político-social de la isla, la revolución, sus defensores y sus oprimidos. Lo lindo, para mí, es que es inclasificable. Es de esas obras que despliegan  muchas posibilidades, y que un intento no basta para descubrirlas en su totalidad.

Una película hecha con amor a Cuba, a la tolerancia, a la amistad, tan nuestra como cualquier película sudamericana, que para bien o para mal todavía nos define como sociedad. Y que te regala el privilegio de poder recomendársela a un amigo.

País: Cuba
Año: 1993
Director: Tomás G. Alea, Juan Carlos Tabío
Elenco: Jorge Perugorría, Vladimir Cruz, Mirtha Ibarra, Francisco Gattorno, Marilyn Solaya, Joel Angelino
Duración: 111 minutos
Género: Drama

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Autor

Paula Frederick

Colaborador de Cinemaboutique, periodista de profesión y cinéfila de vocación. Licenciada en Comunicación Social y Periodismo, Universidad Diego Portales. Diplomada en Cine y Estética, PUC. Se ha desempeñado en comunicaciones, difusión y periodismo escrito, en medios como revista Fibra, revista Prende y revista Tendencia (Copesa), revista Paula online y revista Issue -entre otros- dónde se especializó en entrevistas y columnas relacionadas con cine y televisión. Profesora de historia del cine en Duoc UC y creadora del taller de cine latinoamericano “Un lugar en el mundo”. Actualmente vive en Roma, Italia, donde se dedica entre otras cosas a la edición de textos y el periodismo freelance. La puedes leer en: www.paulafrederick.blogspot.com www.airesdereportera.blogspot.com

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