Por Karla Monge @karlamonge
Respirar y seguir viviendo, pero no tener idea por ni para qué, parece que nunca ha sido un problema. Millones de personas viven (tengo que decir vivimos por una suerte de inclusión empática con ciertos “lugares comunes”), en una hoguera constante de vanidades, miedos, desafíos no sanos y un montón de otros vicios que son imposibles de describir uno a uno, que nos hacen estar en perpetua acción, por todo ese rollo de que “la vida tiene valor por si misma”, pero pareciera que no importara cómo se vive o que no te toquen los beneficios que a otros sí. Y esa es la vida de Elder Mamani, el protagonista de Viejo Calavera, la aclamada ópera prima del boliviano Kiro Russo, que explora con un marcado neorrealismo el misterioso y oscuro mundo minero en Huanuni, en el departamento de Oruro, Bolivia.
La película cuenta la historia de Elder Mamani, un apático, problemático y solitario joven, quien luego de la muerte de su padre se ve obligado a vivir con su abuela en una precaria vivienda en las afueras de Huanuni, para mantenerse alejado de los problemas y gracias a su tío Francisco, comienza a trabajar como minero, en la compañía donde su propio padre trabajó toda su vida. Sin embargo su apatía, su oscuridad mezclada al parecer con algo de depresión, y una absoluta indiferencia, hacen de él un personaje a simple vista displicente y desagradable.
Elder no está bien en ningún aspecto de su vida. No vive dónde ni cómo quisiera; roba, pero porque sí, lo que le trae todos los merecidos y posteriores problemas; se la pasa bebiendo, realismo extremo en el que está inserto el universo minero no sólo de Bolivia si no que del mundo entero; no le gusta su trabajo y su indiferencia y falta de empatía lo llevan a tener problemas con sus compañeros, quienes insisten en que lo cambien o lo despidan, y por supuesto el conflicto recae en la única figura que en algo lo respalda: su tío Francisco, pero tampoco le importa.
En esta historia pareciera que no pasara mucho y la trama de Elder se representa como una delgada línea narrativa, que no profundiza, no se adentra en ningún personaje más allá de lo que vemos, pero con su entorno, con el legado minero como tradición, nos habla de un heredero que no puede escapar a su destino, que no puede elegir hacer otra cosa, aunque no sepa qué, que no puede salirse del molde que creemos que existe en esa “familia minera”, que tradicionalmente entrega “sucesión al cargo” como lo ha vivido Elder y cientos de otros, entonces nos quedamos pensando y seguimos la historia de este antihéroe y entendemos y empatizamos incluso más allá de lo que queremos. Porque ¿cómo no va a estar desencantado y ser apático? ¿Cómo no va a sentir una pisca de incentivo por algo en el mundo? ¿Cómo no ponerse a beber en un mundo que sólo nos muestra adversidad?
Porque esta manera de contar de Kiro Russo, con sus influencias basadas en el neorrealismo, no sólo ha hecho renacer al nuevo cine boliviano si no que fortalecen ese cine sensorial, que nos agobia al potenciar los sonidos de la mina, con sus chirridos, ecos, y recovecos que nos dan a conocer cómo está y se siente el personaje, imbuido en esa oscuridad en la que vive Elder, en sentido figurado y literal, porque trabaja en la oscuridad y sale a la oscuridad, pero además él está y es la oscuridad en este universo que no deja ver la luz.
Con este cine sensorial logra además transportarnos en una historia que parece un experimento. Porque a ratos es tanta la repetición del carácter del personaje y, por otro lado, de los sonidos que salen del vientre de la mina, como una cacofonía brutal, claustrofóbica, y agobiante, que pareciera ponernos a prueba para ver cuánto vamos a durar frente a la pantalla y nos hace sentir justamente lo que el director quiere: a través de los sentidos. ¿Y? Lo entendemos, entendemos el carácter de Elder porque los latinos tendemos a comprender a ese hombre (a la mujer también, pero ahora hablo de la figura masculina), que pareciera que “no le entran balas”, que nada le importa ni le preocupa, porque “los machos son así” (aún existen en muchos hogares, sectores, oficios, y lugares de nuestros países, porque aún tenemos esa herencia), y toda la atmosfera cinematográfica nos muestra que es así. Pero también nos enojamos, porque todos hemos estado en un mal momento, nos sentimos perdidos, solos, odiamos nuestros trabajos e incluso lo que vivimos, pero seguimos adelante.
Viejo Calavera tiene muchos ingredientes para ser mencionada hoy como la película que ha iniciado el “nuevo cine boliviano”. Cuenta además con la rotunda fotografía realizada por Pablo Paniagua, que más allá de demostrar su impresionante capacidad técnica gracias a su experiencia, logra captar la oscuridad en su totalidad de manera magistral, transmite un elevado nivel estético y de expresividad en cada plano, que nos hace recordar que no es un documental, que nada está ahí por el azar, y que además acompaña y se conjuga con todo el relato. Por eso, es mejor que la vea en el cine para que pueda apreciarla en toda su magnitud.
Podría seguir hablando mucho más y contarles más de la película, pero sería un spoiler brutal, aunque les puedo agregar que tiene pocos diálogos, aunque a veces los necesitemos, y que los actores son naturales. Así que sólo quiero agregar que por algo Viejo Calavera se ha merecido tanto galardón, partiendo por el Festival de Cine de Locarno, que en 2016 le entregó el premio especial del jurado; el mismo año recibió el Premio Cooperación Española en la sección Horizontes Latinos del 64 Festival Internacional de San Sebastián; siguiendo en 2016, ganó el premio especial del Jurado Internacional en la categoría Largometraje Internacional de la Selección Oficial del Festival Internacional de Cine de Valdivia; ganó el primer lugar en la categoría de ficción del 57 Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (FICCI) 2017; y también este año, recibió el Premio Especial del Jurado y el galardón ADF (Mejor Dirección de Fotografía) en la versión XIX del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (Bafici); sólo por mencionar algunos, dentro del recorrido festivalero que aún se encuentra realizando.
País: Bolivia
Año: 2016
Director: Kiro Russo
Elenco: Julio César Ticona, Narciso Choquecallata, Anastasia Daza López, Rolando Patzi, Israel Hurtado, Elisabeth Ramírez Galván (Trabajadores y gente de Huanuni)
Duración: 80 minutos
Género: Drama