Por Karla Monge @karlamonge
El mítico mundo del ajedrez y el centro histórico de la ciudad; el gris original de sus edificios como quien objeta el color de forma aleatoria para resguardar su historia; con sus costumbres lentas o que más bien parecen congeladas en el tiempo; sus clubes que pensamos que casi nadie visita; el café obligado en el emporio que nadie sabe aún cómo subsiste; y sus viejos, sobre todo los viejos que siguen frecuentando y dándole vida a ciertos objetos, espacios y tiempos, como si fueran un rito, es lo que atrapa de La Defensa del Dragón, premiadísima opera prima de la directora y guionista, Natalia Santa, que toma el centro de Bogotá como universo de la historia, que actúa como un personaje más, y la transforma en una historia universal que pude pasar en cualquier centro, en cualquier lugar del mundo.
Samuel (magistralmente interpretado por Gonzalo de Sagarminaga), es un solitario ajedrecista profesional, de 53 años, que vive solo en una pieza de arriendo que logra pagar con las apuestas de pequeñas partidas y un par de clases particulares de ajedrez y matemáticas, y que lo llevan a actuar como si nada frente a un pasado que involucra una ex mujer y una hija. En sus ratos libres se la pasa entre el legendario club de ajedrez Lasker, el Casino Caribe, el tradicional café La Gallega y el restaurante La Normanda, en pleno centro de Bogotá- Colombia, donde se reúne con su mejor amigo, Joaquín (65), (personaje representado impecablemente por Hernán Méndez Alonso), relojero experto que se niega a perder el taller que heredó de su padre, lo único que le queda para no declarar su bancarrota económica, emocional y profesional, porque no ha dedicado un día de su vida a hacer otra cosa; y Marcos (72), (excelentemente personificado por Manuel Navarro), médico homeópata español dedicado a recibir la pensión que le envía su hijo, a buscar la fórmula para ganar en el póquer y mantener una relación oculta con su eterna asistente- secretaria.
Es así como estos tres amigos, que a veces parecen enemigos, se la pasan en este mundo que a ratos pareciera que los arrastrara a permanecer pasmados, pero desde donde mismo toman la fuerza para salir adelante y seguir, deciden y resurgen dentro de lo que ellos mismos necesitan, porque la realidad tiene su propio ritmo y ya no los puede esperar, haciéndolos salir de su zona de confort con membresía vitalicia para enfrentar por fin sus derrotas. Y eso es lo más magistral de esta premiada película, porque logra movilizar a quien nunca lo ha hecho, con cosas que parecieran “no tan profundas” o muy básicas o llanas, y es que cada experiencia está hecha de eso, detalles sencillos y simples que pueden cambiar una vida con una pequeña victoria.
Como nunca es tarde para arriesgarse, nuestros personajes toman las riendas de su vida alejándose un poco entre sí para conseguir sus objetivos, pero volviendo a reencontrarse en el centro de esta ciudad y los espacios que siempre los han cobijado con su sombrío y frío clima, que dan cuenta de una capital demasiado lúgubre y cargada de invierno, así como el carácter de cada uno dando a conocer las características del “Cachaco” (persona oriunda de Bogotá) en un país que se asume completamente soleado, alegre y caribe; y, por otro lado, también nos modela el espacio saturado de gente y al mismo tiempo de soledad absoluta que se vive en las grandes urbes.
Cabe señalar que “La Defensa del Dragón” es un guiño directo a jugadas estratégicas del ajedrez que se aplica a la vida misma de cualquiera, sobre todo estos personajes que por defender y proteger tanto su mundo, lo dejaron a la deriva de lo que la vida les diera; en vez de actuar directamente en él, se llenaron de temores no revelados por miedo a no hacerlo de la manera esperada; sencillamente se protegieron para dar cuenta que temer perder es temer vivir.
Una propuesta audiovisual respetuosa de la dirección fotográfica, el color, el centro de Bogotá y luz, trabajo visualizado y retratado con anterioridad en la fotografía documental de Iván Herrera, marido de Natalia Santa, desde donde ella creó el guión, interesada en mostrar esos sitios de socialización que están por desaparecer o que ya no se dan. Una película que se nota su dedicación en todo su proceso. Una pequeña obra maestra porque su historia, sus personajes, su diseño, su arte, el ritmo y el tiempo, e incluso su textura, dan un resultado sencillamente extraordinario.
No es de extrañar la cantidad de laureles desde sus inicios, como el premio del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC) de Colombia para una primera versión de guión, en 2011. Se ganó en 2014 el Estímulo para Producción de Largometrajes, también del FDC. Participó en el Laboratorio de proyectos del Programa IBERMEDIA en 2014. Fue uno de los Proyectos Participantes del 2015 Tribeca Workshop, EE.UU.; y fue uno de los BAM Projects, Bogotá Audiovisual Market (BAM), realizado en 2015 en Colombia. También fue invitado como Proyecto Participante de Encuentros Cartagena, enmarcado dentro del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias- Colombia (FICCI), el mismo año y participó como proyecto en EAVE Puentes, en Luxemburgo. Compitió por la Cámara de Oro y tuvo su estreno mundial en la 49 versión de la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes- Francia, en 2017. Ganó el Premio del Jurado al Mejor Director y Gonzalo de Sagarminaga se llevó el Premio al Mejor Actor, en la edición 21 del Festival de Cine de Lima- Perú. Y los premios y participaciones internacionales, no han parado de llegar.
No se la puede perder.
País: Colombia.
Año: 2017.
Director: Natalia Santa.
Elenco: Gonzalo de Sagarminaga, Hernán Méndez, Manuel Navarro, Maia Landaburu, Martha Leal, Laura Osma, y Victoria Hernández.
Duración: 80 minutos.
Género: Drama.