Por Paula Frederick
Dicen que Teherán se parece muchísimo a Santiago de Chile. Dos capitales lejanas que se levantan en un escenario similar, en la mitad de un valle árido circundado de montañas húmedas, nevadas e imponentes, dos tierras golpeadas por terremotos donde los vestigios de culturas pasadas y los edificios que mantienen viva la historia, parecen desvanecerse detrás de la invasión de rascacielos de vidrio. Por lo menos para el director iraní Alireza Khatami – presente en la sección Orizzonti del 74 Festival de Cine de Venezia con Los Versos del Olvido– el encuentro con la capital chilena fue amor a primera vista; de inmediato, decidió que éste era el lugar perfecto para filmar una historia que, a ese punto, se había transformado en una obsesión.
En un año donde la filmografía sudamericana parece haber sido un tanto “olvidada”, la ópera prima de Khatami -co producción chilena, francesa, alemana y holandesa- llega al Lido de Venecia trayendo consigo como leitmotiv el tópico de la Memoria. El primer largometraje del iraní habla sobre el sufrimiento de un pueblo que no quiere enterrar los fragmentos su historia reciente; si el relato está ambientado en Santiago de Chile y Valparaíso, ha dicho el director, no quiere decir que pertenezca solamente a ese momento histórico, sino que retrata el flujo de una década – la de los años ochenta- que tanto en Sudamérica como en Irán, estuvo marcada por guerras, torturas, abusos y olvido.
El cine es un cuerpo hecho de memoria y de pequeños olvidos (o más bien la “opción” de dejar ciertas cosas fuera de campo) pero difícilmente de Olvido. Es precisamente ahí donde la imagen en movimiento que contiene infinitos fragmentos de memoria permanece suspendida, perene, en archivo. Lista para ser recordada y volver a la vida una y mil veces. En esta dimensión, Alireza Khatami toma el Cine como arma de lucha contra la violencia del olvido y la amnesia histórica que, en sus palabras, “allana el camino hacia la reiteración de la violencia”.
Al menos en el mundo paralelo del Festival de Venecia, la película no será olvidada. Los versos del olvido dejó a su paso una estela de aplausos, empatía, sorpresa y un público genuinamente conmovido con una historia que se expresa en un lenguaje universal. La fábula que el director iraniano elije contar en una tierra lejana – pero donde se siente en casa- tiene como protagonista un anciano custodio de un cementerio, dueño de una memoria infalible para todo, excepto los nombres. Su vida solitaria se divide entre cuidar a los cadáveres (reconocidos y abandonados a su suerte) y sus adoradas plantas, la representación más pura de la vuelta a la vida, hasta que se desencadena una revuelta en un lugar cercano y se ve involucrado en una operación clandestina de las fuerzas policiales. Convencido de estar haciendo lo que es justo, el hombre se embarca en una nueva e inesperada aventura: dar sepultura a una joven desconocida dejada a su suerte en el cementerio, que podría ser cualquier cuerpo, cualquier “desaparecido”, lo único tangible que queda de una historia.
La dimensión metafórica en la que se construye Los versos del olvido se transforma, al mismo tiempo, en su propia salvación. Una historia que sigue su flujo en clave de fábula, con personajes sin nombre ni tiempo, en un lugar que podría ser cualquiera al mundo, en un período que podría ser un instante o un tiempo infinito. Un espacio donde cada fecha, referencia geográfica, archivo o epitafio hacen evidente lo inútil que puede ser aferrarse a un tiempo determinado, si de todas formas el olvido ganará la partida y todo se reducirá a un poco de polvo escondido bajo la tierra.
Cada imprecisión geográfica, lingüística o cultural que la película pueda tener – y una como sudamericana y chilena, a veces las nota demasiado –queda legitimada en la matriz de fábula, o quizás podríamos decir “realismo mágico”, construida por Khatami. Ahí precisamente está su grandeza y también su inteligencia. La invitación es a olvidar por un momento la lógica de realidad y recordar que estamos hablando de Cine. Esa liberación, precisamente, nos regala la posibilidad de encontrarle un sentido a las alegorías con que el iraniano construye su Memoria.
Mientras el anciano sin nombre sigue su camino como una especie de “Alicia en el país de las maravillas” – donde se vuelve pequeño y luego gigante, encuentra personajes obsesionados con el tiempo, gatos y perros que sonríen y cumpleaños que nunca llegan a festejarse- su memoria se agranda tanto que se vuelva la Memoria de todos, de la joven muerta, del chofer del carro fúnebre, del compañero que sepulta historias. La memoria de cada chileno, de cada latino americano, de cada iraniano. Una memoria que no conoce límites porque se ha construido su propio mundo paralelo donde no existen cuerpos a la deriva, donde todas las ballenas nadan libres en el mar, donde no hay necesidad de hacer una diferencia entre olvidar y Olvido. Y sobre todo, donde Memoria significa Dignidad.
País: Chile
Año: 2017
Director: Alireza Khatami
Elenco: Juan Margallo, Tomás del Estal, Manuel Morón, Itziar Aizpuru, Julio Jung, Amparo Noguera, Gonzalo Robles.
Duración: 92 minutos.
Género: Drama.