Por Paula Frederick
Había una vez, un país dentro de otro país. Una dimensión perdida en el sur de Chile, fundando en 1961 por el inmigrante alemán Paul Schäfer, que quería transformarse en un lugar de fábula, o al menos proyectar una ilusión de bienestar, castidad y paz. Un pueblo protegido del “mal”y las tentaciones del mundo exterior, donde vivían más de 300 alemanes y chilenos, en aparente fraternidad. Pero entre pequeñas casas de madera, frondosos bosques llenos de flores y niños con trajes tiroleses cantando canciones populares alemanas tomados de la mano, había un Lobo. Uno que a veces se escondía detrás de los árboles, y otras se dejaba ver, sentir y tocar. Un lobo que había creado su propio mundo de cuentos, para tener a sus pies un lugar protegido donde poder ser el villano que todos tenían que amar.
Jugando con los límites entre fábula y pesadilla, y tomando un fragmento de la historia reciente de Chile desde un punto de vista absolutamente inédito, la película La casa lobo de los artistas visuales chilenos Cristóbal León y Joaquín Cociña – ganadora del Caligari Filmpreis en la sección Forum de la Berlinale 2018- cuenta en stop-motion y a través de imágenes imperfectas hechas de papel maché, el camino de María, una chica alemana-chilena que se refugia en una casa abandonada para escapar de un lobo omnipresente que la sigue, la atormenta y la presiona a volver a él. La historia se basa en el imaginario de Colonia Dignidad o Villa Baviera, a través de un relato imaginario- quizás un reflejo de lo ocurrido- de un reino donde Schäfer era el maestro, el profeta, el soberano absoluto y también el castigo definitivo.
Como si fuera hecha también de papel, agua y cola fría, la película encuentra su magia, su esencia y materialidad en las diversas capas que la componen, que se encuentran entre ellas y se vuelven parte de un todo, para después disolverse en agua y pintura, perder su forma y desaparecer. En La casa lobo co-existen diversos niveles narrativos: la historia de María, la historia “oficial” de Villa Baviera y también el relato subterráneo de crimen, represión y tortura, de una ilegalidad que se puede alcanzar solamente a través de la ficción. Pero más allá de ser un retrato de una realidad, la propuesta de León y Cociña es también un film sobre la fragilidad de los puntos de vista y sobre como una sola historia puede transformarse en cientos de versiones distintas.
León y Cociña, viniendo ambos del campo de las artes visuales, cuentan este fragmento de la historia chilena poniendo como protagonistas a los materiales, esos que hacen posible crear una determinada forma, y la herramienta que ellos mejor conocen. Más que la obsesión de alcanzar un sentido, o incluso la perfección, los artistas chilenos se interesan en el proceso, en el hacer, como una forma de subrayar también la precariedad de un personaje- real o imaginario-, de la civilidad de un país, de la justicia chilena, del mismo Cine. María se mueve dentro de la casa lobo interactuando con los elementos que la rodean como si fueran parte de sí misma, mientras el entorno pierde su forma estable y se vuelve un nuevo lugar de inseguridad. Así, la película deja ver también sus imperfecciones, la maquinaria detrás de la ilusión cinematográfica: las sombras de León, Cociña y su equipo detrás de la escenografía, las huellas de un par de zapatos sucios con barro en el suelo del set, una lámpara que ilumina una figura detrás de las paredes de cartón, las manos que mueven las figuras de papel maché. Ahí, en la voluntad y la valentía de hacer evidente el truco y la propia precariedad, es donde “La casa lobo” encuentra su sentido, eso que la aleja del cine manierista y calculador, y lo vuelve una obra que se mueve en forma natural, porque siente la urgencia de contar una historia. Sea en forma de animación, de cuento de hadas o de pesadilla.
La casa lobo es una película creativa, jugada y honesta. Una obra construida como un puzzle, por pedazos que incluso si están hecho de agua y papel, si se derriten a la luz de una vela, si desaparecen solamente con una pequeña ráfaga de viento y si no logran alcanzar nunca ese tan anhelado “final feliz”, en su existencia fugaz consiguen dejar ver un fragmento de verdad, esa que la “historia oficial” nunca nos contará.
*Publicada en el sitio italiano: www.sentieriselvaggi.it
País: Chile
Año: 2018
Director: Joaquín Cociña, Cristóbal León.
Elenco: Amalia Kassai, Rainer Krause.
Duración: 75 minutos.
Género: Animación.