Por Rolando Gallego @rolandogallego

Protagonizada por Érica Rivas, Daniel Hendler, Valeria Lois, Marilú Marini, Luis Ziembrowski y Ornella D’Elia, entre otros, esta película recientemente vista en el SANFIC 16, propone el viaje íntimo hacia un núcleo familiar en estado de descomposición.

Hay una casa de descanso, esa que a la que siempre se acude cuando el dinero apremia y las ganas de desconectarse del mundo aparecen, pero cuando toda la familia se reúne, ese espacio lejos de ser un placer, termina convirtiéndose en una tortura y una cárcel para muchos.

Hay cuerpos jóvenes, que deambulan deseando, errabundeando, y cuerpos viejos que dictaminan como los más dóciles deben accionar. Pero cuando la docilidad pierde sentido, frente a embates inesperados, ni siquiera la mayor fuerza de voluntad puede ayudar a revertir sucesos que inexplicablemente dañan a todos y todas por igual.

Si bien la película narra la implosión de un grupo familiar en medio de los festejos de fin de año, el relato habla de otra cosa, de mandatos, de deseos, de postergaciones, de impulsos primigenios que se terminan transformando en pulsiones de muerte.

La directora coloca su cámara en el medio de la tragedia, se convierte en el testigo menos pensado de aquello que acontece, que transforma, que revoluciona a esta familia que iba a festejar en tranquilidad una fiesta.

El fuera de campo es clave para un relato plagado de tensión y en donde los personajes se transforman en relación al vínculo que se presenta con el otro. Manejando climas y atmósferas con sutileza, algo que caracteriza al cine de Paula Hernández, la potente historia dialoga con la agenda de los medios.

En la madre que encarna Rivas, una mujer que ha postergado su realización para acompañar a su marido e hija, se celebra que se despierte de su letargo, tras la irreversible descomposición familiar disparada por un hecho inesperado, sorpresivo, que evidencia la violencia y el dominio patriarcal y que por momentos la tensa calma buscada desde la progresión dramática.

Película que oprime desestabiliza e inquieta al espectador, Los sonámbulos, además, trabaja sobre lo no dicho, y en aquello que se oculta, se termina por construir una inmensa parábola sobre la vida en la sociedad a partir de su grupo mínimo más importante, la familia, construida como sea, pero que funda y determina la identidad para siempre.